En este día quiero que el homenaje a los maestros empiece por reconocerlos en sus personas, en sus individualidades, salir del discurso común del reconocimiento general, -sin que esto implique quitarle justicia a todo lo que se dirá hoy-, pero intentando expresarle a cada uno en particular, todo lo importante que son o han sido para cada alumno/a, para quienes escuchamos sus clases, recibimos sus consejos y también sus retos, recordando tanto cuando los aplaudimos y les regalamos una sonrisa, como cuando –por lo bajo- nos quejamos con cara de enojos.
Creo que no siempre los maestros dimensionan cuanto influyen en nosotros, en nuestra personalidad, en nuestras decisiones y carreras y vocaciones. Desde la escuela primaria (allí cuando abren nuestros ojos a los primeros cálculos y lecturas, ayudando también a discernir el espacio del juego y de la tarea, pero entendiendo que todo es aprendizaje), -pero de manera especial durante la secundaria-, sus palabras como el amor y la dedicación que ponen a sus clases, moldearán de manera indeleble nuestra visión de la realidad, nuestras relaciones sociales entre pares y respecto de autoridades y superiores. Trataremos a los demás como nos han tratado. Volcaremos nuestros esfuerzos en todo aquello que hayamos creído que vale la pena. No olvidaremos la lectura recomendada en aquellos tiempos ni la caricia o la mano puesta sobre la nuestra en un momento difícil.
Viene a mi memoria el recuerdo de mis maestras, la satisfacción de haber yo misma ejercido la docencia, de sentir esa responsabilidad de poder responder a las necesidades e inquietudes de mis alumnos. Veo en cada uno de mis tres hijos un poco de cada una de esas maestras y maestros que marcaron su infancia, de esos profesores y profesoras que guiaron su adolescencia. Mi orgullo por mis hijos es también el agradecimiento a quienes fueron sus maestras y maestros.
Tal vez resulte poco que un solo día al año sea su día, como si con las semblanzas recitadas en el acto escolar, fuera suficiente. Vale igual que este día sea no solo una razón para el reconocimiento, sino también un motivo de festejo. Festejar que seguimos en el aula, que seguimos con esperanza, que no nos resignamos, que cada día, en cada chico y chica que aprende a escribir su nombre intentamos hacer este mundo un poquito mejor.
Sé que todos son un poco como Mariano Salas ese profesor de Educación física que no solo ayudó a Agostina a bailar sino a sonreir. O como el profesor que no dispuesto a resignarse escribió en su facebook: “Anahí, te estamos esperando….Dale nena, devolvenos la esperanza”. Sonrisas y esperanzas en lo más hondo de la aspiración de cada docente respecto de sus alumnos.
Todos son también un poco como la maestra de aquella escuela “encerrada” en una Unidad Penitenciaria de las afueras de La Plata que a pesar de los muros ofrecen un poco de libertad. Porque el conocimiento es esperanza, es una oportunidad para ser más libres.
Se que todos son un poco como esa profesora que desde Tandil le pidió al gobierno “NO hables de TODOS los Docentes…Miralos a los ojos. Fijate en aquellos que corren de escuela en escuela y que en sus tardecitas preparan su agenda y las actividades para el otro día, y decime, ¿merecemos todas las críticas, las acusaciones y los insultos?”
Claro que no lo merecen, e imagino que duele cuando desde el Estado no son reconcidos, cuando se los descalifica, o se los generaliza en una crítica. La mayoría no son como pretenden a veces hacernos creer, no son ni vagos, ni viven faltando, ni nada de lo que se afirma. Tampoco es justo pretender que sean héroes; la mayoría de ustedes son trabajadores y trabajadoras, que con mucha vocación y sacrificio, hacen lo mejor que pueden en un contexto que no ayuda. Cuánto más podrían hacer si nosotros desde la política fuéramos capaces de acompañarlos, si la educación estuviera en el primer lugar de las preocupaciones de todos los que tenemos responsablidades políticas.
Sé que estamos en deuda con los maestros y maestras, con sus alumnas y alumnos, con sus escuelas. Pasamos del fetiche de la inclusión, al fetiche de la evaluación. De la inclusión limitada tan solo habitar la escuela, a la Evaluación estandarizada, de un conjunto heterogéneo, de escuelas y realidades. Tenemos una educación fragmentada, que segrega, una educación desigual que reproduce desigualdades de origen y ofrece un futuro desigual e injusto.
Sabemos que necesitamos cambiar, la tranformación educativa se hace con los maestros y maestras, nunca contra ellos. Sabemos que la escuela está en crisis, que de la crisis no se sale innovando constantemente, avanzando como si todo estuviera destruido. De la crisis de nuestra escuela salimos entre todos, de la crisis salimos recuperando todo lo bueno que se hace en nuestras escuelas, que ustedes hacen cotidianamente, tenemos que aprender de sus experiencias, de sus saberes, de sus prácticas que cotidianamente mantienen en pie la esperanza que nos ofrece la escuela pública.
Hoy pienso en las Señoritas Lucila, Ana María, Beatriz, Eda, Graciela, Teresita, Marta. Como en Lidia y Alba. Nélida. Susana y Rita. Catita!!! Y en los y las profes: Husillos, Catalano (s), Stella, Cassará, Dominguez, Gifoni, Menendez, Krause, Alonso, Etchevers (me olvidaré de otros/as, pido perdón) y el amado Yantchev fallecido hace poco. Y podría recordar a quienes fueron mis alumnos porque también son quienes nos complementan y nos permiten trascender a través de ellos y la enseñanza.
Que este sea el día de ellos, de todos los que, en gran medida, han hecho de nosotros lo que somos. Honrarlos en el recuerdo también es una forma de comprometernos para construir un País mejor, con justicia, igualdad y decencia. Es lo que me enseñaron.