23/01/2018. Opinión. Margarita Stolbizer.
Llama la atención la simplificación intencional que hace el Gobierno del episodio Triaca, algo que a otros nos conmueve y preocupa. Sacarlo de la escena puede dar el resultado buscado: que se corte rápidamente como tema de medios y de bares. Tal vez ahí radica parte del problema, porque la subestimación del conflicto implica la voluntad de disculparlo y convalidarlo como práctica.
El sostenimiento de Jorge Triaca, más que la solidaridad con el amigo, es la necesidad de autodefensa frente a la grave irregularidad que implica el uso del Estado como botín cuando aparece como la consecuencia no reconocida de la embestida contra los gremios. O sea, lo que podamos sacarles a los gremios en esta pelea (con su justificada intervención) podemos ponerlo al servicio de nuestras propias filas: manejar recursos, nombrar militantes, parientes, y hasta sostener a los empleados propios y domésticos de los ministros. Hasta ese punto llega la confusión del manejo de recursos y negocios públicos con el aprovechamiento privado; algo que vimos y denunciamos durante el kirchnerismo y que Cambiemos está perfeccionando. Con la tranquilidad que brindan una sociedad y un entorno mediático que están demasiado dispuestos a tolerar con el simple objetivo de no volver atrás.
Deberíamos pensar seriamente que ese riesgo no es solamente el regreso de los derrotados en las últimas elecciones, sino de una concepción del manejo del Estado, que es lo que efectivamente habría que desterrar. Este episodio demuestra que, pese a los resultados electorales, estamos lejos de ganar esa batalla.
El presupuesto, con su asignación de gastos y recursos, es la radiografía de una gestión. El gabinete es también una expresión de identidad. Porque sus integrantes fueron designados por decisión personal del Presidente promoviendo a las personas de su confianza y que serán dignos representantes de su propio pensamiento y vocación.
Triaca no es solo un hábil negociador con aquellos a quienes tiene de contraparte en su escritorio y a los que conoce demasiado desde mucho antes de llegar al gobierno. El ministro es uno de esos funcionarios que lleva grabado el ADN del partido que gobierna. No es un aliado circunstancial. Lo que hace y dice no son posturas aprendidas de asesores extranjeros. Se sienta, negocia, habla, decide y putea de acuerdo con esa misma identidad. El trato con el personal que lo asiste no parece ser casual, sino más bien una forma de entender las relaciones laborales o de servicio.
Triaca está al frente de una cartera que debe promover el trabajo digno, registrado. Pero en su actividad hace lo opuesto. Pone en práctica una conducta repetida en las acciones de este Gobierno: «Haz lo que digo, no lo que hago». Y tal vez se pueda entonces pensar que también eso es parte de su genética. Tal vez eso sea lo que lo hace tan parecido a su propio líder.
Porque también Macri se planta para indicarnos: «Hay que cumplir con el Estado». Y ellos no cumplieron, aunque piden a otros que sí lo hagan. Por eso es que puede nombrar a un ministro y sostenerlo sin importar que haga exactamente lo contrario a lo debido y prometido. El escándalo del Correo, sobre el que tanto se habló y luego tanto se silenció, tuvo un origen: Macri dejó de pagar al Estado el canon que debía por la explotación del negocio. Por eso fue tan insostenible que, al llegar al poder, sus funcionarios salieran a negociar la deuda con el grupo familiar. Esa deuda impaga representa hoy varios miles de millones de pesos.
El jefe de gabinete habló del «error» de Triaca, entendiendo que no corresponde solicitarle la renuncia. No importan ni el insulto a la empleada ni su condición de precariedad en el empleo. Tampoco que se haya usado un sindicato intervenido por él mismo para pagarle un mejor salario. El Gobierno, que dice querer recuperar el valor de la palabra, convalida que un funcionario que debe promover el trabajo formal y la transparencia en la gestión pueda estar haciendo todo lo contrario.
No se trata del ministro de Ciencia o de Defensa. Es el que nos predica sobre el trabajo en blanco, pero contrata en negro. En cualquier país serio ya sería un ex ministro.
Sin embargo, lo más complejo del hallazgo por detrás del insulto y la precariedad laboral ha sido el uso de los fondos de un sindicato intervenido para solventar los gastos privados del ministro interviniente. No resiste análisis. Para combatir las bestialidades del Caballo Suárez al frente del SOMU, el ministro de Trabajo y la interventora, hoy senadora, aprovechan y disponen para designar parientes, militantes y hasta para pagar el personal que trabaja en su propia casa. Aquí ya la pretensión de ser un país serio se me cae a pedazos, ya no resiste formar parte de este análisis.
Así pretenden convocar a inversores: con un gabinete que tiene sus dineros fuera del país y un ministro que actúa de manera exactamente contraria a lo que dice y lo que debe. Parece difícil el desafío para la Argentina. Al menos si Cambiemos no decide de una vez abandonar el doble discurso para empezar seriamente a cambiar la historia. Al menos si no recuperamos como sociedad la voluntad de exigir mejores prácticas y asumimos que sin una verdadera transformación ética no habrá despegue económico ni mejoras sociales. Reconocer, como lo dice la filósofa española Adela Cortina, que la ética sirve para crear ejemplaridad y para que todos podamos vivir mejor.