Fuente clarin. Debate.Dante Caputo
El debate de las últimas semanas sobre una posible alianza del Frente Amplio-UNEN con el PRO se tornó áspero y confuso. Fue pobre y superficial en una cuestión que podría significar un cambio sustancial para la Argentina. Nadie planteó qué implicaría la práctica de unir para la acción a quienes tienen importantes divergencias en el pensamiento, qué aportaría al país y qué diferencias tendría con la alianza que gobernó entre 1999 y 2001.
El argumento más usado (no necesariamente el más creído) es que existe una incompatibilidad ideológica entre el PRO y los partidos más progresistas del FA-UNEN. Así, resultarían inaceptables para el socialismo las posiciones económicas de Macri. Esto sería razonable si se explicaran las políticas precisas que dividen aguas. ¿Qué decálogo de medidas concretas para gobernar la Argentina justificaría un acuerdo o su rechazo? Lejos de esto, tenemos consignas generales y vagas.
Ante esto, más que la preservación de los principios ideológicos de sus formaciones políticas, tengo la impresión que unos y otros discuten conveniencias personales o la preservación de sus grupos. Y aún si se tratara realmente de ideologías, la posición podría tener fuertes argumentos en contra.
En estos días, se desarrollan en el mundo experiencias de coalición entre derechas e izquierdas que funcionan razonablemente bien. Alemania es gobernada por una coalición entre la centroderecha democristiana (CDU) y la centroizquierda socialdemócrata (SPD), históricos adversarios en la vida política desde la posguerra. Lograron un acuerdo sustentado en la aplicación de 10 políticas públicas muy precisas, incluso numeradas: entre otras, salario mínimo de 8,5 euros la hora, implantación en 2017 de una “pensión mínima de solidaridad” de 850 euros mensuales, flexibilización de la jubilación para los trabajadores con 45 años cotizados, el abandono de la energía nuclear en 2022 y la preservación de los equilibrios presupuestarios sin aumentos de impuestos ni, a partir de 2015, generación de nueva deuda.
Ninguna de estas medidas concretas habría sido espontáneamente aprobada sin la presencia de la otra fuerza política. El CDU no pudo ir más a la derecha y el SPD aceptó límites a sus objetivos de izquierda. El sistema funciona. Se combatieron medio siglo, pero lograron un objetivo mayor: evitar una Alemania dividida y casi ingobernable. ¿Se sintieron traicionadas las bases de los partidos políticos por haber acordado con sus adversarios históricos? Lejos de encerrarse en cónclaves, los dirigentes socialdemócratas sometieron los 10 puntos del acuerdo a la aprobación de sus militantes. Participaron 370.000 afiliados (78 % del total) y el 76 % votó a favor de la coalición.
¿Algún riesgo que una reunión de distintos se derrumbe apenas llegada el gobierno? En el sistema parlamentario, el gobierno se forma a partir de una mayoría parlamentaria. Ni el CDU o SPD pueden sacar los pies del plato. No sólo caería el acuerdo, sino también el gobierno. Existen mecanismos institucionales que aseguran el cumplimiento del contrato.
En la discusión del FA-UNEN, las partes hablaron de todo menos de los compromisos concretos sobre lo que hay que hacer y no hacer para que la Argentina corrija su rumbo. Lo dicho por los actores de esta historia, lejos de constituir criterios serios y razonables para juzgar la conveniencia de una coalición, suenan a un griterío de argumentos fútiles, tienen que ver más bien con las ambiciones, las supervivencias y las astucias inútiles. Desde el punto de vista de los intereses del país y las convicciones partidarias, creo que el juicio sobre si una coalición de esta naturaleza es buena o mala, útil o no para el país, depende de dos condiciones.
La primera condición, como en el caso alemán, es un juicio sobre las políticas especificas que unos y otros acuerden en llevar adelante. No se trata de programas abstractos, indefinidos y obvios del tipo “combatiremos la pobreza y la inseguridad”, como si alguien pudiese promover lo contrario, “impulsar la pobreza y la inseguridad”. La segunda condición es que se pueda idear y acordar un método de control mutuo para evitar que algunas de las partes no cumpla el acuerdo una vez en el gobierno.
Argentina, a diferencia de Alemania, tiene un sistema presidencialista donde la supervivencia del gobierno no depende de la mayoría parlamentaria. Siempre está el riesgo que el presidente rompa el acuerdo previo y busque nuevos aliados para gobernar. Entonces, necesitamos imaginar para el éxito de una coalición en Argentina un sistema de contrapesos, donde la derecha no puede hacer lo que quiere ni la izquierda pueda pedir imposibles. Se trata de asegurar que quien presida el país deba respetar el acuerdo previamente firmando porque no tendrá alternativa.
A la vista de los contenidos de estas dos cuestiones, sería importante consultar a los afiliados. Ningún dirigente es el intérprete del libro de la verdad partidaria. Sólo el afiliado y el militante pueden legitimar cambios de esta naturaleza. Todo otro debate, como el que vemos estas semanas, es falso, escamotea los dilemas y, sobre todo, no enfrenta la mayor pregunta que hoy tiene un político de oposición: la coalición es o no un método para abandonar la zaga de fracasos de las últimas décadas.
Dante Caputo
EX CANCILLER