1ra. “El prejuicio antiperonista del empresariado argentino es una de las mayores dificultades para encauzar la Argentina”. ¿No es algo poco? ¿No faltan algunas otras voluntades para encontrar soluciones? ¿Y cuando los empresarios la aplaudían? La misma carta dice que solo basta mirar los balances de los empresarios durante sus gobiernos para ver cuánto ganaron. Lindo mensaje para el progresismo: crecían los empresarios cuando escondían los números de la pobreza.
2da. “El que decide es el Presidente”. Pero no convoca a un diálogo, algunos funcionarios no andan bien, el freno a la economía y la incertidumbre son agobiantes. Mientras ella lo mira desde otra vereda, lavándose las manos. Cuando, en realidad, debería hacerse cargo. Dentro de esta misma certeza dice que no la mueven rencores ni venganzas y mucho menos sus problemas judiciales. O sea, ni miremos el proyecto de reforma judicial, ni la remoción de los jueces que la investigan, ni la descalificación de los miembros del poder judicial, los retos públicos a los camaristas, los intentos de destitución del Procurador, la descalificación de periodistas o la Comisión Beraldi para evaluar el funcionamiento de la Corte, el Ministerio Público y el Consejo de la Magistratura. Con respecto a la aludida persecución judicial del macrismo, no vale la pena considerar: tan ineficaces fueron que, pese a todas las evidencias de los delitos cometidos, ahí la tenemos, nada menos que presidiendo el Senado.
3ra. “El problema de la economía bimonetaria es, sin dudas, el más grave que tiene el país”. Esto sí que llama la atención. O sea, la compra de dólares que los argentinos hacen para protegerse de una alta inflación y una moneda depreciada es más grave hoy que la pobreza, la indigencia, la desigualdad, la crisis de la tierra y la vivienda, el incremento del delito, la inseguridad y la violencia de género, la falta de empleo o las desigualdades en materia educativa. Esta consideración la pinta de cuerpo y alma: habla de los ahorros de Florencia, no de la Argentina. Desconoce la concentración de la riqueza en pocas manos y la desaparición de una Argentina productiva que reconozca a la educación y el trabajo como los ejes para el ascenso social.
Es asombrosa la simplificación de los problemas y el desentendimiento de ellos, de sus causas como de sus soluciones. Es, además, una visión bastante mezquina por su autoexclusión de toda responsabilidad.
“El problema no es la Economía, Cristina. Es la política. Es la falta de acuerdos para poner en marcha y sostener la economía, saliendo de este empate hegemónico de los extremos que se la pasan dinamitando un espacio intermedio de moderación y de cooperación para sacar el país adelante”.
Encontramos una Cristina Clásica: Yo hice TODO BIEN. Macri hizo TODO MAL. Como no me quieren, puse a Alberto (porque hablaba con todos), pero no hace bien las cosas.
El problema es intentar desentrañar no tanto el destinatario de su carta, sino la verdadera intención de sus palabras. Al menos, no ayuda en un momento de tanta fragilidad política y social. El gobierno ha perdido credibilidad y las iniciales expectativas favorables y eso debilita sus capacidades para resolver el problema del dólar, los precios, la industria, el comercio, el empleo, etc, etc.
Frente a la crítica situación, no hay duda, es imprescindible pensar en un Acuerdo. Pero la propuesta de la Vicepresidenta es tramposa. Lo es para la oposición, como lo es para el gobierno. Nada suma para encauzar un diálogo: no reconoce errores, la oposición es la culpable de todos los males, los empresarios también son culpables por antiperonistas y lo que busca es decirnos que si al Presidente le va mal es porque no dialoga y ella quedará a salvo porque no es quien decide.
La convocatoria al diálogo para buscar acuerdos requiere de autoridad, formal (el Presidente) y ejemplar (no es ella). Requiere de una amplitud de convocados como de agenda y de tiempo. No se trata solo de resolver urgencias. Hoy es más importante encender la luz en el final del túnel. Y ella se está ocupando de apagar todos los botones.
Margarita Stolbizer