La inflación del 8,4% de abril, no sólo no es psicológica, sino que tiene repercusiones en todos los ámbitos de la vida
No, Sr. Presidente, la inflación no es psicológica, así como la inseguridad nunca fue una sensación.
El trabajo de la portavoz parece ser el de dar casi cotidianamente explicaciones incomprensibles acerca de alguna de las situaciones que involucran al Presidente, sean éstas de carácter institucional o personal. Por otro lado, la vicepresidenta juega al juego del “ni sí ni no, ni blanco ni negro” y no dice nada. En su lugar, manda a hablar a otros y gran parte del periodismo está abocado en descifrar lo que Cristina quiso decir a través de Wado, de Axel o de Máximo. Lo cierto es que, como dice Massa, “no les entra un quilombo más”.
Es evidente que gran parte de la clase política, en especial el gobierno, pierde el tiempo intentando hacer funcionar una maquinaria de mentiras para ocultar las verdades que saltan a los ojos de los argentinos. Pero hay realidades que no se pueden esconder porque las sentimos en el cuerpo, allí donde ya no entran más palabras inventadas ni explicaciones inentendibles.
La inflación del 8,4% de abril -y que superó el 10% en alimentos-, no sólo no es psicológica, sino que tiene repercusiones en todos los ámbitos de la vida.
Supimos a través del último informe del Observatorio de la Deuda Social que el 61,3% de los niños, niñas y adolescentes experimentan al menos una privación y que, dentro de ese porcentaje, el 19,4% experimentan privaciones graves. Los déficits más graves se encuentran entre los menores de entre 0 y 5 años. Es decir, una primera infancia azotada por privaciones económicas, de estimulación, educativas, de salud y que vive en hogares hacinados, cuyo saneamiento e higiene no están garantizados.
Lo que se ve en el fondo del análisis es la acentuación cada vez más grande de las desigualdades entre la clase trabajadora informal y los profesionales de clase media (sin necesidad de hacer comparaciones aún más dolorosas con las clases altas). En el estrato de los trabajadores marginales se registran muchísimas más chances de experimentar privaciones que en el sector medio profesional, y el 36% de las niñas, niños y adolescentes pertenecientes a esta clase trabajadora experimenta privaciones graves.
Se trata de una niñez y adolescencia que, al tercer trimestre del 2022, nació y creció en situaciones de pobreza monetaria (61,5%) o indigencia extrema (13,1% del sector pobre); se trata del 30,8% de las niñas y niños de 0 a 8 años que vive con déficits de la estimulación de la palabra; de un 22% de niñas y niños que sufren violencia física; de un 66% que ya no lee libros impresos o un 55% que no tiene libros en su casa. Son niñas y niños cuyas jornadas escolares son simples, cuando deberían ser extendidas porque así lo dispone la ley. Asimismo, en nuestro país hay una alta tasa de trabajo infantil. Sin embargo, mientras todos los índices y carencias son más graves siempre en el Conurbano bonaerense, el gobernador sigue especulando con las fechas de las elecciones, que podría acomodar a las conveniencias del partido de gobierno.
Ya no es querer tapar el sol con la mano. Ya no se puede ocultar con palabras y mentiras lo que los cuerpos sienten: hambre y miedo.
Desgraciadamente, en estos últimos años hemos transformado la incertidumbre en angustia ya que sabemos que ninguna medida que tome el gobierno será más que un paño frío para bajar la fiebre. No están atacando los problemas centrales que nos aquejan y no lo hacen porque los desconocen, porque han perdido la sensibilidad de entender a los que sufren. O simplemente no les interesa. Y en los sectores vulnerables la crisis moral se advierte por la naturalización de su situación, como si ya ni les valiera la pena pelear por una vida mejor.
La clase política gobernante vive en otra realidad, tiene otros problemas, les quita el sueño las internas y las peleas por los cargos o puestos de poder. O seguir gozando de la impunidad del poder.
Se alejaron del Preámbulo y de la Constitución, y se olvidaron de cumplir con los compromisos de la Agenda 2030 y los objetivos fijados para el desarrollo sostenible en América Latina y el Caribe.
Sabemos que la asistencia del Estado, especialmente a través de la AUH, ha sido una herramienta eficaz y ha aliviado a muchos hogares, pero no alcanza.
Por supuesto que las cosas podrían ser diferentes. No es por el camino de la supresión del Estado. La discusión debe ser como tener un estado moderno, eficiente y transparente, con capacidad de dar solución a los problemas sin perder, desde la política, el sentido humano que debe orientar la gestión de los recursos públicos.
Argentina debe dejar de ser el país de las oportunidades perdidas. Tenemos cómo hacerlo, pero los liderazgos deben asumir con humildad y grandeza el desafío de volver a construir puentes para salir del borde que nos lleva al precipicio. Solo de la mano del diálogo y el consenso entre quienes sobrepongan el interés común y un proyecto colectivo de Nación, podremos encontrar el camino hacia un modelo de desarrollo sostenible basado en la confianza, instituciones sólidas y reglas inamovibles, salir de la discrecionalidad y los atajos, crear una cultura de la integridad y la ejemplaridad.
Hay que mirar con atención lo que ocurre a nuestro alrededor, no disfrazar los números ni poner excusas, abordar el presente pensando en los plazos más largos.
No se trata de hacer magia, no se trata de ser superhéroes. Hay que leer la letra de la Constitución, los acuerdos y compromisos firmados, tener un plan consistente y multidimensional, acordar y negociar. Lo que no puede volver a ocurrir es que se abra la grieta entre quienes gobiernan y la ciudadanía. O entre quienes gozan de los privilegios del poder y el resto. Se gobierna con la ciudadanía y para la ciudadanía, no a espaldas de ella. No sigamos hipotecando el presente porque el futuro nos va a costar carísimo, y no sólo en términos económicos. Una niña o un niño que no se alimenta, que no es estimulado en la palabra, que no se educa, que no juega o no lee, es un adulto con un futuro comprometido.
No más palabras, Sr. Presidente. La realidad impone otros gestos.