Siento que la política corre sus propias vallas cotidianamente. En un permanente desafío a la capacidad de la ciudadanía para tolerar tanta desvergüenza.
Si hace ya unos cuantos años, por mucho menos, Carlos Nino hablaba de un país al margen de la ley, hoy no nos queda otra que anhelar aquellos tiempos. De la anomia hemos pasado al abuso y la prepotencia como práctica corriente. Parece que se estuviera siempre al borde, provocando la ira, la reacción. Y sin embargo, lo que hay es un acostumbramiento frente a la burla y el desprecio por el que cumple la ley.
Los anuncios de campaña sobrepasaron el límite de la elegancia y la legalidad. Un candidato a gobernador presentó a su vice en la Casa de Gobierno. Un candidato a presidir la Argentina hizo lo propio caminando sobre la autopista que inauguraba.
Como estos gestos tan claros del abuso (ni los únicos ni los primeros) no producen reacción alguna, claro, siempre van por más. La presidenta (que ya había usado la cadena nacional para bajar candidatos de su partido pidiéndoles el baño de humildad) ahora sin pudor vuelve a usar este medio oficial -de uso excepcional según marca la ley- para dar apoyo a los postulantes propios.
Claro que esas conductas terminan siendo nimiedades si en simultáneo una vedette carretea un avión con pasajeros mientras se divierte con los seducidos pilotos de la aerolínea de bandera.
Y si estas barreras se van corriendo entonces ya no hay límite para el asombro cuando se decide apartar a un juez de Casación porque está dispuesto a fallar de una manera que contradice los intereses del gobierno. Y aunque declarar la inconstitucionalidad del Acuerdo con Irán sea defender el interés de la Nación.
¿Qué nos está pasando a los políticos que no logramos transmitir que se construye con seriedad y legalidad? ¿Y qué nos pasa como sociedad que hemos perdido la vergüenza frente a semejantes desatinos? ¿Hasta dónde se puede tolerar el atropello; consentir risueñamente que la competencia política se dirima en el Bailando; que el vicepresidente se quede con la fábrica del dinero, se encuentre probado y procesado y siga en su cargo como si nada? ¿Cuándo vamos a recuperar nuestra capacidad de avergonzarnos?
Arturo Illia dijo alguna vez: si no votan honestos, el problema no es nuestro que seguimos nuestro camino. El problema es de sus nietos.
Nos hace mucha falta un movimiento ciudadano de indignados, una sociedad que se plante para decir basta. Nos haría falta pensar en los nietos.
La Argentina que queremos, con vergüenza, Igualdad y Decencia.