La mezcla de mala gestión, resentimientos y desprecio por los acuerdos internacionales contraídos, puede hacernos perder más mercados
Para gobernar un país es necesario conocer y entender el mundo, gestionar sus riesgos y aprovechar sus oportunidades. La globalización nos desafía día a día a que toda decisión se realice en tiempo real. E implica reconocer, por un lado, las cada vez mayores relaciones de interdependencia económica de los países, y por el otro, los aspectos institucionales, normativos, culturales y esencialmente humanos. Lamentablemente, falta una perspectiva de los derechos humanos tanto como del derecho internacional humanitario como imperativo de la visión de los decisores públicos. Esto se evidencia en la creciente desigualdad global y en los temas “permanentes” como guerras, migrantes, refugiados y todos los impactos derivados del cambio climático.
El principal “enganche” al sistema económico internacional de nuestro país es el sector agroindustrial. Desde hace décadas con gran potencial exportador y creciente y competitivo dinamismo. Sin embargo, los posicionamientos ideológicos del actual gobierno son un simple pretexto para descargar sus propios resentimientos. Inexplicable y altamente perjudicial para el país, nos hace perder dólares cuando más se necesitan, y nos desvinculan del mundo.
Como ejemplo, podemos analizar las restricciones a las exportaciones de carne, a las que se ha puesto el límite de salida al 50% de lo vendido el año pasado. Según un informe dado a conocer recientemente, Argentina pierde 100 millones de dólares mensuales por esa imposición. El desvarío en esta medida es tal que, recientemente, se incorporó una ampliación por decreto para crear una cuota de carne kosher con destino a Israel. Lo debió hacer a raíz del firme reclamo que hiciera la Embajadora Galit Ronen, quien expresó: “No puede ser que cada vez que le da ganas a la Argentina, Israel se queda sin carne”. Y también advirtió que, si no se lograba llegar a un acuerdo en el corto plazo, su país iba “a buscar otros lugares” donde comprar este alimento.
La carne que no se exporta no se produce y no crea empleo. Tampoco la decisión favorece un mercado interno demasiado quebrado en el consumo por la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos y una inflación imparable a la que no solamente no le encuentran la vuelta sino que, está claro, ya ni se ocupan de buscarla.
Y así es que por una mezcla de mala gestión (Argentina aparece imponiendo medidas de manera unilateral, caprichosa, cambiando reglas), resentimientos, y desprecio por los acuerdos internacionales contraídos, podemos perder más mercados, impactar negativamente en la producción y el trabajo argentino de calidad. Y lo peor, ahondar aún más en la imagen de país poco previsible e inseguro, que limitará la ya muy baja Inversión Extranjera Directa (IED).
No parece casual que la IED corra por sus peores tiempos, ya que se encuentra por debajo de las tasas que teníamos durante los gobiernos de Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Mauricio Macri. Cada vez menos inversores miran nuestra tierra porque justamente creen que aquí no conseguirán lo que cualquiera de ellos está buscando: previsibilidad (reglas estables) y rentabilidad.
Más arriba señalaba, la mirada prejuiciosa y resentida del gobierno (nunca superaron el conflicto del 2009) sobre el campo. No entienden o no les importa el aumento desmesurado de los costos de producción. Los insumos son, en parte, en dólares, especialmente de herbicidas y fertilizantes. Siguen matando pequeños productores y facilitando una concentración cada vez mayor de los factores de producción.
La contracara de esto implica una buena gestión de las políticas públicas, que evalué el triple impacto (económico, social, ambiental), que se sostenga en el ejercicio de un servicio público meritorio y una gestión transparente, despejando definitivamente las prácticas oscuras, clientelares y corruptas que han viciado tanto al sistema de contrataciones públicas. Es necesario reconstruir un vínculo virtuoso entre el sector público y el sector privado, con activa participación de universidades y academias, organizaciones y ciudadanía comprometida con el bien público.
Al mismo tiempo, es imprescindible caminar hacia una competitividad sistémica o integral, que se asiente en variables económicas, la economía del conocimiento, la formación de calidad de los recursos humanos, instituciones democráticas sólidas, especialmente una justicia independiente y un sistema federal equitativo dentro del funcionamiento de un estado moderno y eficiente.
Por último, Argentina debe pensar en forma global y hacer en local, simultáneamente en los planos corto, mediano y largo, encontrando los consensos necesarios para volver a crecer y hacerlo de manera sustentable. Para eso siempre serán necesarios los Acuerdos. Que la confrontación propia de los tiempos electorales no transcienda más que dentro de ellos para dar lugar después de la contienda, a los lugares y tiempos de diálogo en el disenso, encuentros, consensos y acuerdos. Solo por ese camino se podrá dignificar la política y los resultados que todos dicen buscar y muy pocos o casi ninguno puede mostrar.