Abogada – Política – Diputada Nacional

PROYECTO DE DEROGACIÓN DE LA LEY ANTITERRORISTA

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La Diputada Nacional del Partido GEN, Margarita Stolbizer, presentó un Proyecto de Ley para derogar la ley de modificación del código penal sobre prevención, investigación y sanción de actividades delictivas con finalidad terrorista.

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Expte: 6418-d-11

Firmantes: Stolbizer, Duclós, Milman, Linares, Peralta.

DEROGACIÓN DE LA LEY DE MODIFICACIÓN DEL CÓDIGO PENAL SOBRE PREVENCIÓN, INVESTIGACIÓN Y SANCIÓN DE ACTIVIDADES DELICTIVAS CON FINALIDAD TERRORISTA

Artículo 1°.- Derógase la Ley Nº 26.734.

Artículo 2°.- Comuníquese al Poder Ejecutivo.

FUNDAMENTOS

Sr. Presidente:

La intempestiva sanción de la denominada “ley antiterrorista” durante las sesiones extraordinarias de diciembre pasado desoyó, no sólo a quienes desde este recinto rechazamos de plano la creación de una herramienta punitiva de esa naturaleza, sino a diversos sectores de la sociedad que advertían que la reforma introducía un marco legitimador de futuros avances y abusos estatales sobre espacios de libertad social.

Organizaciones políticas y sociales, organismos de derechos humanos y destacadas personalidades -entre ellos jueces y juristas- no han escatimado a la hora de las críticas.

A su vez, la amplia convocatoria y participación en las movilizaciones de repudio a la ley expresan la profunda preocupación y repercusión que genera en el campo popular.

A la Carta Pública titulada “Una reforma penal que legitimaría la protesta” (ACIJ, CELS, CEPPAS, AADI, CTA, LIBERPUEBLO, SERPAJ y otras organizaciones firmantes), que nos llamaba a abstenernos de aprobar el proyecto venido del Poder Ejecutivo, le sucedieron otras tantas expresiones de resistencia.

Incluso el espacio de intelectuales “Carta Abierta” manifestó su desaprobación: “ese dispositivo adopta la duplicación de condenas acogiéndose a una definición del concepto de terrorismo de carácter tan inespecífico, que podría utilizarse en fallos judiciales que criminalicen la protesta social”. Desde una posición más crítica, también lo hizo la incipiente “Plataforma 2012”.

Mientras Horacio Verbitzky, titular del CELS, calificó a la norma de “matete jurídico”, el Juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, la tildó de “disparate”, y Martín Caparrós de “penosa”.

También Mempo Giardinelli, Eduardo Grüner, o Roberto Gargarella, por nombrar algunos ejemplos, vieron en la ley antiterrorista (debido a la amplitud e imprecisión de las definiciones) una herramienta de atropello estatal sobre las conductas individuales y de persecución judicial hacia los luchadores sociales.

Bien han señalado Eugenio Zaffaroni y Emilio García Méndez, que no existe ningún delito vinculado al terrorismo que no se encuentre severamente penado en el ordenamiento argentino.

Ahora, si lo que se pretende con la reforma introducida por la Ley N° 26.734 es –como se ha dicho- cumplir con compromisos internacionales para que nuestro país sea considerado por la comunidad global un destino seguro para las inversiones, o contribuir a la coordinación y cooperación para combatir los delitos vinculados al lavado de activos -como es el financiamiento del terrorismo o aquellas actividades tendientes a desequilibrar o desestabilizar el orden económico y financiero-, no es “inflando” al Código Penal, con una norma tan amplia, ambigua y de límites difusos, cómo se implementa una seria política de Estado de prevención y persecución de la criminalidad compleja y organizada.

Sin una serie de profundas reformas financieras, fiscales e impositivas, no lograremos detener la profundización de los esquemas financieros de nuestro país, que son injustos y poco transparentes y que, en última instancia, lo que hacen es justamente alentar los delitos que pretendemos reprimir.

Un sistema financiero prácticamente exceptuado de todo tipo de carga impositiva, complementado con laxos controles, derivados de una estructura de fiscalización escueta y deficiente, son la antesala perfecta para la proliferación de una redituable actividad de lavado, potencialmente unida a canales de corrupción, narcotráfico y terrorismo.

Así lo sostuvimos durante el tratamiento del proyecto. Hablamos de ausencia de coordinación de las distintas áreas del gobierno y las jurisdicciones, y de insuficientes e ineficientes capacidades investigativas y de contralor.

Es cuanto menos ingenuo creer que las deficiencias en el diseño e implementación de las políticas de Estado en general y, en particular, que apuntan a la prevención y represión de esos crímenes se solucionan mágicamente mediante reformas simbólicas y simplistas de la ley penal.

No es a través del incremento del poder punitivo cómo se erradican estas deficiencias estructurales, sino con una férrea voluntad política y la puesta a disposición de los recursos humanos y materiales para lograrlo.

Nunca el argumento de la búsqueda de mayor eficacia contra los crímenes de terrorismo o su financiación, para satisfacer demandas del orden internacional, puede sacrificar principios y disposiciones de nuestro orden constitucional. Ya en el debate legislativo previo a la reforma de 2007 se advertía que la satisfacción de los compromisos asumidos con el GAFI, debía implementarse respetando estándares internacionales que rigen la materia, los que imponen el respeto irrestricto de los derechos humanos.

Reiteramos que esto implica un grave retroceso en materia de calidad democrática y de respeto a los derechos humanos.

En medio de la polémica en torno a la ley antiterrorista y en el afán de justificar que no es un instrumento para penalizar la protesta social, el titular de la Unidad de Información Financiera (UIF), José Sbatella, declaró que podrían ser encuadradas bajo la figura de terrorismo las especulaciones económicas o cambiarias con el ánimo de desestabilizar o afectar la gobernabilidad, por tratarse de actos que aterrorizan a la población, y el financiamiento de esa actividad, como financiamiento del terrorismo.

Ello, por un lado, evidencia la vaguedad del tipo penal creado con esta nueva agravante del artículo 41 quinquies del Código Penal, definida como la finalidad de “aterrorizar a la población” u “obligar a las autoridades a realizar un acto o abstenerse de hacerlo”.

Por el otro, la afirmación de que no será utilizada para criminalizar la protesta es fácilmente contrastable con los datos de la realidad.

Porque en la Argentina hay aproximadamente cinco mil personas sometidas a proceso judicial por participar en movilizaciones y jornadas de protesta, precisamente “en ocasión del ejercicio de sus legítimos derechos”. Si han sido pasibles de la imputación de delitos comunes, ¿por qué creer que no han de ser calificados por esta agravante?

Sería caprichoso de nuestra parte afirmar que la aclaración de que las agravantes “no se aplicarán cuando el o los hechos de que se traten tuvieren lugar en ocasión del ejercicio de derechos humanos y/o sociales o de cualquier otro derecho constitucional”, podría condicionar el criterio de un juez dispuesto a imputar un delito común bajo las mismas circunstancias. La inclusión de tal precepto es una cuestión meramente retórica.

Si todavía nos quedara alguna duda sobre los riesgos de utilización de esta ley como un instrumento de persecución y control social, hay dos episodios recientes que son ilustrativos al respecto.

En los últimos días cobró estado público la existencia de un programa a cargo de Gendarmería Nacional denominado “Proyecto X”, que consiste en tareas de investigación, espionaje y recopilación ilegal de datos sobre dirigentes y militantes gremiales, sociales, políticos, estudiantiles y de organismos de derechos humanos, siguiendo todos sus movimientos e incluso infiltrándose en movilizaciones y asambleas.

La información de esa base de datos luego es aportada a las causas judiciales por medio de las que se judicializan los conflictos sociales y se persigue a sus referentes, tal como consta en el expediente penal contra los trabajadores de la multinacional Kraft (ex Terrabusi).

Además de tratarse de un mecanismo de vigilancia y control del espacio público, es claramente invasivo de la esfera de privacidad de las personas. Estas prácticas – violatorias de la Ley de Seguridad Interior y de Inteligencia Nacional- son repulsivas a un estado de derecho que se dice respetuoso de los derechos humanos.

El fantasma de la ley antiterrorista se hizo presente en las jornadas de lucha contra la megaminería a cielo abierto en Catamarca. El pasado 27 de enero varios manifestantes fueron reprimidos y detenidos en Santa María por el fiscal subrogante Julio Landívar. Al ser liberados se les informó que se les imputaba un delito de competencia federal vinculado al terrorismo -el previsto en el artículo 213 bis del Código Penal-, arrogándose una competencia que le es impropia. La conducta enmarcada en el tipo penal es la de organizar o tomar parte en agrupaciones permanentes o transitorias cuyo objeto principal o accesorios es imponer sus ideas o combatir las ajenas por la fuerza o el temor.

A esta altura de los acontecimientos, lejos estamos de vanagloriarnos de que este Estado no reprime ni criminaliza la protesta. Los hechos son contundentes.

Los conflictos de tierras y en defensa del medio ambiente y la soberanía sobre los recursos naturales signan la realidad de la Argentina actual, como en tantos otros países de la región.

Podemos traer a colación el caso de Chile para tomar conciencia de las graves consecuencias de incorporar este tipo de legislación antiterrorista. Allí, la ley -proveniente de la dictadura de Pinochet- se ha transformado en una herramienta sistemática de persecución de dirigentes del pueblo Mapuche que reclaman sus legítimos derechos sobre tierras ancestrales ocupadas por grandes empresas forestales y latifundistas.

Existen condenas contra los jefes de las comunidades mapuches y algunos de ellos se encuentran privados de libertad. En la mayoría de los casos se los ha calificado como autores de amenaza terrorista por cargos asociados al incendio de bosques o propiedades.

El caso “ANICETO NORIN CATRIMAN Y PASCUAL PICHUN PAILLALAO CONTRA ESTADO DE CHILE” fue presentado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que declaró su admisibilidad (21 de octubre de 2006) y lo elevó a la Corte Interamericana ante el incumplimiento de las recomendaciones por el Estado chileno (19 de agosto de 2011).

La organización no gubernamental Human Rights Watch continúa denunciando que la legislación antiterrorista es utilizada en Chile con fines discriminatorios y de persecución política, destacando que uno de los delitos que se aplica con mayor frecuencia al pueblo mapuche es el de incendio, delito de menor gravedad tipificado en el capítulo sobre delitos contra la propiedad. Señala que ello es incompatible con las convenciones y protocolos internacionales por no importar atentado contra la vida, la libertad o la integridad física de las personas.

El ejemplo chileno debería llamarnos a la reflexión sobre lo perversa que puede resultar la aplicación de esta ley cuya inmediata derogación proponemos.

Por los motivos expuestos, solicito la aprobación del este proyecto de ley.